El teatro si bien es una expresión artística,
su función principal desde la antigüedad no es precisamente la de entretener ni
mucho menos distraer al público; por el contrario, es una manifestación
cultural que permite poner el acento en diversas situaciones íntimas y sociales
que se representan en la escena, posibilitando un espacio intersubjetivo tanto
a quien interpreta, como a quien hace de espectador para proyectar sus propios
conflictos, así como identificarse, e identificar posibles soluciones.
Todo
esto es facilitado por medio de una dirección estética en el caso del teatro
social o teatro aplicado y una dirección
terapéutica en el caso de la dramaterapia. En ambos casos
se puede jugar con las distintas claves estéticas y dramáticas para conducir el
proceso; por ejemplo por medio de los distanciamientos y acercamientos,
siguiendo técnicas de Brecht, o retomando la lectura de una situación dramática
en comedia.
Tanto a nivel terapéutico, como pedagógico,
además de la proyección, la identificación y las posibilidades de
distanciamiento, la dramaterapia y el teatro aplicado se valen del embodiment (corporalización) que es la
posibilidad de llevar la elaboración o el aprendizaje al cuerpo y al
movimiento, para simbolizarlas o hacer el aprendizaje más significativo y
activar la memoria desde el movimiento y la propiocepción, con efectos más
potentes que una terapia hablada o una clase escuchada.
El teatro da la posibilidad de aprender
haciendo o de resolver los conflictos en la práctica, ensayando las soluciones
a conflictos reales en un espacio contenido y seguro, en donde se ejercitan
nuevas destrezas, nuevas habilidades y nuevas posibilidades.
Igualmente, el teatro como arte continente,
permite la incorporación de otras manifestaciones como la música, la danza, las
artes visuales y plásticas, lo que explica su riqueza como medio terapéutico y
pedagógico y sus infinitas posibilidades en la construcción y reconstrucción
dialógica.
María Luisa Mondolfi Miguel
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